a SC, quien conoce esta historia
Rolando
Gabrielli abandonó Limbo City cuando había cumplido su mayor ambición en la
vida: ser un extra de una película de Raúl Ruiz, (La Colonia Penal) que
se estrenaría veinte años después en un lugar de Italia. Cumplía con generosa
vocación con sus ancestros y su destino de escritor inédito en un país que se
borraba con él en la escritura y el gaseoso smog que producía la joven, inédita,
despiadada dictadura castrense.
Cuando entró en sospecha que ya habitaba
en el país del borrón y cuenta nueva, sólo recogió una maleta blanca con algunas
ropas de invierno y verano, siete u ocho libros que creyó indispensables y cruzó
la cortina de hierro, y ya el país del largo pétalo era un crespón negro oxidado
en las manos de un soldado del Séptimo de Línea esperando enrolarse en el
Ejército de Salvación para seguir la guerra del absurdo.
Comprobó el
sujeto de marras que era totalmente anónimo, salvo un poema en la revista
Trilce, otros dos en una publicación bancaria, una crítica sobre un
poeta peruano en la revista Cormorán y un elogio de un prosista de viejo cuño,
para saber que estaba limpio de polvo y paja, y se dirigió al aeropuerto una
madrugada ácida, aceitosa, acerada del 11 de junio de 1975. Con un Primer
Premio en Poesía, Una mención en narrativa en México, otras premiaciones en
la Universidad de Chile, algunos vagos méritos becarios y profesionales,
comprendió que la historia hasta ahí había llegado. No olvidaría jamás el
verdadero verso que hizo escuela como himno de la Junta Nacional de Gobierno:
me gustas cuando callas, porque estás como ausente. Un, dos, tres
momia, el país se acabó. Tugar, tugar, salir a buscar. Manbrú se fue a la guerra
y ya no volverá.
Pasó sin la codiciada L del momento los controles aéreos
y voló a Bogotá, Colombia, ya herida en plena guayaba existencial por el plomo y
la corrupción de los caballeros con sus armaduras liberales y conservadoras. En
la noche colombiana ejerció como Corresponsal Extranjero y un día
partió al Istmo de Panamá, la llamada cintura de América, donde se descubrió el
océano Pacífico y se instalaron los españoles para conquistar América del Sur, y
acumular el oro que trasladaban por el Camino de Cruces a sus barcos rumbo a la
metrópolis imperial, cuando no se los robaban los corsarios ingleses. Donde
Balboa perdió su cabeza, el Conde de Lesseps se hundió en el escándalo de
Panamá, el pirata Francis Drake fue sepultado en Portobelo, Gauguin no pintó un
solo cuadro en Isla Taboga y en una de sus independencias murió un chino y un
burro. En el país de tránsito volvió a ser Corresponsal Extranjero,
funcionario internacional, director de una revista, funcionario de la UE en el
proyecto Tips On Line, editor de suplementos especializados, conceptualizador de
objetos, marchand y desempleado, entre diversos oficios. En el interin, viajó
por América Latina y llegó a Chile en algunas ocasiones, y se encontró con Raúl
Ruiz en el centro de Santiago, cuando ya había perdido su L, el maestro del
cine, y le pareció que se volvía a cerrar el círculo vicioso de este largo
metraje.
Testigo del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 y de la
Invasión a Panamá, del 20 de diciembre de 1989, vio como cambiaba el país
austral de una empanada a una vuelta de campana. Estuvo en Macondo, y
le pareció kafkiano. Nuevas Menciones literarias en Panamá, cuento infantil y
Poesía, millares de artículos en América latina, Europa y en los medios locales,
ediciones especializadas en banano, un discurso presidencial, asesorías,
análisis económicos, estrategias, comentarios radiales, brochures, congresos,
representaciones internacionales, OEA, Strossner, Junta Sandinista, Apartadó en
el infierno de Colombia, negociaciones del Canal de Panamá, el gran vicio del
periodismo en todas sus facetas. Noches de hoteles y pasillos, reuniones, Isla
Contadora en el Pacífico istmeño, vuelos horrorosos por los cielos del istmo
centroamericano montado en truenos, rayos y centellas. Todo el tiempo del mundo
en Casa Blanca, aquí, en el pasillo de las conspiraciones, Graham Greene,
Gabriel García Márquez, Chuchú Martínez, Ellsworth Bunker y un listado que
serviría para escribir las Mil y una Noches.
Transcurrieron 31 años y el
tránsito se hizo espeso. La maleta blanca aún en la terraza, amarillenta,
semidormida en sus propios sueños y viajes. Nuevos libros de Poesía, uno de
Cuentos, ensayos, dos novelas en curso y el anónimo pedaleando en bicicleta sin
pedales por Internet barranco abajo como debe ser y hacer la verdadera
escritura.
Todo autor debe ir en búsqueda de la perfección de su propio
errático oficio. Enfriarle la sopa al lector si fuera necesario. Ponerlo a sudar
en seco, como si todo fuera real, le perteneciera, y asistiera a su propio
funeral desde la azotea del tiempo. Instalado ya a unos metros de la selva
istmeña, siguiendo el curso de las ardillas, las visitas de tucanes, culebras,
monos, pájaros carpinteros, las aves coloridas de Panamá y su vegetación
exuberante que crece en la piel si te descuidas. Aterrorizado por los comején,
devastadores de casas, maderas, libros, la honra de todo escritor.
Sabe,
a ciencia cierta, que la vida continúa, qué frase cursi, pero real. Recuerda
cuando le pasó a los tres años un automóvil por encima y quedó en un hueco. El
día que a los dos años y medio seguía a los canutos (evangélicos) desde la
esquina de su casa, donde después vería pasar a la perra Laika y a Yuri
Gagarin.. La lluvia detrás de los visillos de Coronel Godoy 086. Un viaje en
tren al sur de Chile. Los días de trabajo en el Cajón del Maipo. Las soleadas
primaveras en los prados del Pedagógico de la Universidad de Chile. Los vinos en
Las Lanzas. Las noches agrias, suspendidas, alucinadas, en Il Bosco. Las pastas
en la Trattoria Di Carla, Los Lomitos en La Fuente Alemana, Los bistec a lo
pobre en el Chez Henry y las lazañas del Candil. Las madrugadas en La Vega
Central con las sopas de marisco. Los partidos de fútbol en la Pila del Ganso.
Cuando salimos campeones de todos los Colegios de Santiago con la selección del
José Victorino Lastarria. Las canciones de Rolando Cárdenas. Los ridículos y
pretenciosos manifiestos de los poetas principiantes. Las aureolas de humo de la
poesía. Una noche, un río, el mar, las calles de Santiago bajo los aromos. Todos
los otoños. El día que guardó dos maletas de libros en el gallinero de mi casa.
Y al día siguiente encontró un trébol de cuatro hojas en el Parque Forestal. Un
almuerzo al mediodía con José María Arguedas. Una conversación con Roque Dalton
en La Habana. La noche de Parra y Lihn en un pequeño apartamento. El Presidente
Allende saludando desde el balcón de la FECH. Los bares con Jorge Teillier. Las
conversaciones en la casa de Waldo Rojas. El poema que nunca escribiré. Mi
Madre, siempre mi Madre, en el amanecer de cada día como si el tiempo volara de
sus pies.
Me quedo con
la insurrección permanente de la palabra. Sin nada bajo el poncho, como debe ser
la vida, de frente. Con el amor, con el amor, definitivamente. Amor la ola que
te trajo a mi orilla.
Rolando
Gabrielli©2006
http://rolandogabrielli.blogspot.com/
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