CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
E
INSTITUTO RAÚL PORRAS
BARRENECHEA
INVITACIÓN AL
HOMENAJE
EN EL 114 ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL POETA
CÉSAR
VALLEJO
NACE
ETERNAMENTE
MAX SILVA TUESTA Y
DANILO
SÁNCHEZ LIHÓN
Presentación:
JORGE
PUCCINELLI
Miércoles 15 de marzo
del año 2006. Hora: 6.30 PM.
Local: Instituto Raúl Porras Barrenechea de la
UNMSM.
Colina 398. Miraflores. Lima, Perú.
El Encuentro
Internacional Capulí 7, Vallejo y su Tierra,
se llevará a cabo entre el 19 y
21 de mayo del año 2006,
siendo única e irrepetible la experiencia de
conocer Santiago de Chuco,
cuna de César Vallejo, en un marco de fraternidad
y comunión de ideales.
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CÉSAR VALLEJO
NACE ETERNAMENTE
Danilo Sánchez
Lihón
1. "Servidme un café
lleno de Vallejo"
Un maestro de Trujillo, ciudad al norte del Perú, me
cuenta que en su visita a Quito, en Ecuador, le ha impresionado la admiración
unánime y hasta la devoción que sienten maestros, artistas y profesionales en
general por el poeta César Vallejo. Me refiere que en un café de la ciudad
encontró escrito en la pared este graffiti: "Servidme un café lleno de
Vallejo".
Sin poder explicarlo trato de comprender qué sentía, o
qué puede sentir toda persona que anhela tomarse un café henchido de Vallejo y
de qué esencia ha de estar compuesto dicho café. En Alemania hay un lugar donde
sentarse llamado "Banco Vallejo", mucho más importante para mí que una
institución financiera. Estos hechos ilustran cómo el poeta de Santiago de Chuco
ya no sólo es un nombre en la literatura, sino una relación franca y raigal con
la vida, nimia o intensa pero a fin de cuentas la vida; en la cual Vallejo ya
pasó de ser un apellido consagrado para ser un adjetivo, un sustantivo y hasta
un verbo inextricable del idioma.
Y es que no sólo él fue un orfebre, constructor u
orífice del lenguaje, ámbito en el cual fue un trabajador pertinaz y constante
de la palabra, al punto de expresar "que si ella no sobrevive, mejor que se lo
coman todo y acabemos", pero cuya gesta alcanza un sentido más hondo y llega
mucho más lejos, porque ¿qué significa un café lleno de Vallejo? o un ¿banco
Vallejo? Acaso: ¿transida humanidad? ¿pena sin saber de qué? ¿compromiso,
solidaridad, vida auténtica? Todo eso, claro, pero mucho más: una manera de ser
frente al mundo, un estado de alma, una manera de sentir y hasta de vivir y,
siendo así, algo ya inabarcable hasta el grado de lo eterno.
El mérito del poeta en esta hazaña ha sido expresar
esa esencialidad, hecha de revelaciones y tinieblas, de abismales afirmaciones
pero también de interrogantes incontestables, que no resolvió sino apenas hizo
evidentes, pero eso sí las asumió con entereza, tanta que a partir de entonces
él representa esa dimensión del ser del hombre y del universo que desde entonces
sólo se lo puede identificar con su nombre, resultando entonces que una parte
del cerebro, del espíritu, del alma y la esencia humana es Vallejo. Siendo así,
Vallejo es inherente al hombre y en cada ser que nace, nace Vallejo.
2. Miliciano de huesos
fidedignos
Y es que César Vallejo no solamente es el poeta que
cristalizó una obra genial, sino que es el perfil del hombre cabal, aquél cuya
vida es un camino y una moral a seguir. Considerarlo así es ser fieles al
sufrimiento que él asumió, no gratuitamente, sino como una toma de posición
coherente frente al mundo, ante la raza que él sintetiza y representa y ante la
historia que él, finalmente, redime.
Optó por la poesía reconociéndola como un arma de
lucha, la misma que fue asumida por él como un ejercicio de virtud y una marca
de justicia, como una ética de la vida y como una actitud de la máxima
responsabilidad social; como una acción de servicio a su prójimo; de allí que
César Vallejo sea el poeta símbolo, paradigma y modelo de hombre, porque
concentra el sufrimiento pero al mismo tiempo el valor, la intrepidez y la
esperanza para cumplir aquel anhelo de:
El día que desayunemos
todos...
Su poesía es acto, lucha y definición. Sus palabras son
armas, soldados, militantes; que animan, entusiasman, se arrojan; son gritos,
estallidos, metáforas de fuego, que claman, exhortan, explosionan, pero desde el
humus y la arcilla que somos y desde el hálito de que estamos hechos. Discutió
arduamente, y consigo mismo, acerca de la función del escritor, del arte y de la
palabra; debate no sólo teórico sino que él hace vivencial cuando, en el “Himno
a los voluntarios de la República,” escribe:
Voluntario de España, miliciano
de huesos
fidedignos, cuando marcha a morir tu corazón,
cuando marcha a matar con
su agonía
mundial, no sé verdaderamente
qué hacer, dónde ponerme;
corro, escribo, aplaudo,
lloro, atisbo, destrozo, apagan, digo
a mi
pecho que acabe, al bien, que venga,
y quiero desgraciarme;
descúbrome
la frente impersonal hasta tocar
el vaso de la
sangre...
Igual de iluminadora y radical es su posición en el
discurso que pronunciara con ocasión del Segundo Congreso Internacional de
Escritores en Madrid, apoyando la causa de la República Española, cuando
dice:
“... hemos sabido cómo el 5º regimiento había
salvado los tesoros artísticos encontrados en el palacio del Duque de Alba,
y los había salvado al precio de algunas vidas... nosotros queríamos digo,
que en esta contingencia trágica del pueblo español y el mundo entero, los
museos, los personajes que figuran en los cuadros, hayan recibido tal soplo
de vitalidad que se conviertan también en soldados en beneficio de la
humanidad”.
3. Y el libro, al igual
que los soldados, cayó luchando
Vallejo anheló una cultura viva, una cultura al
servicio del hombre y no el hombre al servicio de la cultura. Él quiso que una
escultura, como los seres representados en los cuadros, defiendan al hombre en
contingencias amargas y atroces como fue la Guerra Civil Española. Y no que el
hombre tuviera que sacrificar su vida para defender los cuadros o las piezas de
museo. ¿Quién podría discutir una toma de posición verdadera como ésta?
Opuesta a aquella que mitifica el arte y se olvida del
hombre, que sacraliza los objetos y depone la realidad cotidiana. De allí que
Vallejo tenga valor, porque nos devuelve constantemente a las circunstancias, al
padre, al hermano y al hijo que somos. Su poesía son esos combatientes que él
reclama para defender la vida, son esos soldados, guerreros y militantes, que se
levantan para exaltar emocionados la hazaña del hombre y la vida en el
mundo.
Por eso, al referirme a esta
agonía,
aléjome de mí gritando fuerte:
¡Abajo mi cadáver!... Y
sollozo.
Un ejemplo de todo ello es su propia poesía, que
estuvo al lado de los soldados del Ejército del Este - Guerra de la
Independencia, en las trincheras mismas del río Ebro, junto a los milicianos del
5º Regimiento, en Cataluña, quienes fabricaron el papel, que no lo tenían, en
momentos en que cada minuto es un tesoro para salvar la vida y obtener la
victoria; y lo hicieron juntando sus vendajes, sus camisas desflecadas, los
algodones de sus heridas, las fotografías de sus amadas y de sus hijos, para
luego moler el amasijo, orearlo al viento de las batallas haciendo el papel e
imprimiendo el libro al fragor de las bombas y la metralla; salpicado de lodo y
sangre, como de esperanza y verdad.
Todos sudamos, el hombligo a
cuestas,
también sudaba de tristeza el muerto
y un libro, yo lo vi
sentidamente,
un libro, atrás un libro, arriba un libro
retoño del
cadáver ex abrupto.
Ese libro estuvo al lado de ellos, cual si fuera un
miliciano, tal y cual si cargara con ellos las bombas de un cañón y disparara. Y
el libro, al igual que los soldados, cayó luchando, salvándose apenas dos
ejemplares que fueron guardados por los monjes que, al amanecer, recogieron
víctimas y despojos del campo de batalla. Uno de aquellos textos recogidos fue
juntado a los volúmenes sin clasificar de la biblioteca del convento cercano de
Monserrate. El otro ejemplar al parecer sirvió de base para hacer la edición
mexicana que lleva prólogo de Juan Larrea.
4. Un descomunal
himno a la vida
Ningún elogio, ningún premio, ningún grado honorífico,
ni estudio consagratorio, pueden valer tanto para un autor, un libro o para la
poesía misma, como aquel hecho –por su dimensión de vida, de verdad y de
heroísmo– cual es el de haber sido un libro editado en la trinchera de una
guerra, al fragor de una batalla y haber corrido la suerte de cada hombre,
muriendo o viviendo, enhiesto hasta el tope en su consagración a sus
convicciones e ideales.
Pero, si sólo fuera eso su mérito no sería absoluto,
sino que cesados los bombardeos y pasada la contienda se lo sienta otra vez y
siempre un libro verdad, para lo excelso de la poesía como para la vida
cotidiana, común y corriente; es decir que tenga un valor para lo temporal como
también para lo intemporal. Y es qué España aparta de mi este cáliz, es un
descomunal himno a la vida, asumiendo todo el horror de la guerra y de la
infamia; es la más rotunda confianza en el hermano y, a la vez, la más tenebrosa
soledad, hasta el punto de hacernos tiritar de frío o encendernos con el ardor
más sublime.
Es la mayor esperanza –en su estado límite y vital–
como es a la vez la incertidumbre más absoluta en el destino del hombre; es la
visión de la vida más pura y fraterna, pero teniendo ante sí las
horrísonas fuerzas del mal y de la muerte. Es el rayo que no cesa, iluminando lo
tenebroso de la noche y la condición sufriente del hombre y a la vez la aurora y
el amanecer más radiante:
¡Constructores
agrícolas, civiles y
guerreros,
de la activa, hormigueante eternidad: estaba escrito
que
vosotros haríais la luz, entornando
con la muerte vuestros ojos;
que,
a la caída cruel de vuestras bocas,
vendrá en siete bandejas la
abundancia, todo
en el mundo será de oro súbito
y el oro,
fabulosos
mendigos de vuestra propia secreción de sangre,
y el oro mismo será
entonces de oro!
Nadie, como César Vallejo, estuvo luchando por la
España Republicana con el corazón en la mano, en cada frente de guerra, en cada
segundo en que se arriesgaba la vida, al pie de cada cañón mudo o que atronara;
despedazado por cada bomba que explotaba y atravesado por cada esquirla que se
expandía; delirante, íntegro, con toda su plena y poderosa humanidad.
Con el poder incandescente de la palabra al rojo vivo,
con cada letra convertida en fuego puro, como la lava de un volcán que
erupcionara, él junta toda esa energía desatada por el antropoide que somos, en
trance de hacer parir a la historia, para legarnos un mensaje de amor, de
solidaridad, de fraternidad y de redención universal del hombre sobre la faz de
la tierra.
César Vallejo es el inicio de una verdad que no acaba,
es el inicio de una aventura humana nueva, es una voz que apunta hacia un
universo aún inextricable. En su poesía hay claves, llaves, signos, flechas
hacia un mundo nuevo. Es el principio de una certeza que aún se inicia e intuyo
que jamás acaba.
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