IV FESTIVAL DE POESIA DE CHILLAN:
Los derrames fractales de Ñuble
Sergio Badilla
Castillo
Durante casi tres
días las entusiastas y apasionadas jornadas del IV Festival de Poesía de Chillán,
albergaron con amplitud y modosidad a las distintas generaciones de poetas que
estuvimos presentes en las lecturas, sociabilidades y galanteos de nocherniegos
y vampiros.
Fue una carambola
transreal de fogonazos, relumbrones y acercamientos entre cofrades de diversas
fecundaciones y texturas que se posesionaron, con solemnidad, retraimiento o desenfado, de los ambientes y rincones
del salón del arcipreste del Municipal, de los inocentes aposentos del Hotel Quinchamalí, (donde transcurrieron
heterogéneas las horas faustas o chapuceadas), o de las guaridas enigmáticas del
Universitarius, con sus habitantes confundidos entre el temple dislocado
del jazz, y los escarceos de cazadores,
féminas y fresqueras, que, como diría mi amigo poeta Jarpa, haciendo un
barrido panóptico, a la nada, con sus ojos santos: “Gracias a Dios” allí nadie se escama con los viejos
rapsodas como yo.
También el Frida Kahlo, de eximios
bailarines y bailarones, con sus goteras que irrumpen subrepticias desde el
techo para apagar las fiebres de los que han contraído el paludismo antes de
tiempo o los que ahoga esa matriz agarrotada de convulsiones y
estridencias.
.
LOS PRIOSTES
Mi amigo Andrés fue
bautismal como el Bautista, tal vez efusivo en su río Jordán y sus arcillas,
Rosa parsimoniosa y refulgente, en medio de la palabrería y los sainetes ; Juan, ufano y gringo con su lectura
articulada, como Stella apacible,
sorpresiva y aplicada sin debilitar la voz. Por qué no hablar de Omar, sus
lenguajes y sus amigos poetas de la oferta y la demanda, para quienes la empresa es una
incalculable imagen; don Floro y su regido kitsch en los cantigas y las
estrofas, Mauricio y la mirada somnílocua de Gautama en busca de Benares.
Y Héctor, palomino y sagitario, lleno de lavas y
abalorios, o quizás también
D’artagnan Almonte o Carlos Juan, esperando la bajamar para ir a mariscar
en el río Ñuble, con Cristián que sabe de esquilas y de cruces. También
Cristián, felipeño y filípico, con su tempestuoso rescoldo y sus vigilias, como
Rodolfo el temucano Y qué de Javier
o de Palomo, escapando jabonado de un postrero cerco, de Arnaldo ocurrente
y susceptible, mientras Milton
enceguecido de acasos se divierte ¡Ah! Y mis amigos Santiago y Lund, rastreados
por afectuosos y térmicos en esa bacanal interminable en la memoria, donde Peter
se angustia con sus crudos brócolis dadivados en una amanecida chillaneja, o el
toro Samuel que inquieta como un San Fermín a los más
cóncavos.